miércoles, 15 de junio de 2011

AQUELLA NIÑA ALEGRE QUE ME HACÍA LLORAR parte 1



Suele escucharse contradictorio cuando lo digo, pero vivir en San Isidro es una shit!, sin embargo me encanta mi distrito. Y ahora que me pongo a pensar, disfruto de muchas cosas que me terminan haciendo daño. Creo que ese espíritu masoquista es parte de todos los seres humanos, sólo que hay que considerar que en algunos, como yo, en gran  proporción.

Lo digo porque básicamente poco o nada conoces a tus vecinos, nunca te saludan, ni se interesan por ti, y puedes pasarte años sin saber que tienes a un “bombón” de vecina, y otros tantos para que la vuelvas a ver, si hay parques da lo mismo, nadie sale a reunirse, todo es tranquilo y sin mayores novedades. En buen cristiano: UN PLOMO!!!!
A Romina la conocí en el verano del 2005, en una –por ese entonces- muy popular red social que lleva el nombre de HI5. Un amigo me dijo que checara esa página, que sólo pusiera mi foto y algunos datos e invitara a cuanta chica bonita viera por ahí. Así lo hice. Al cabo de una semana tenía decenas en mi perfil. Era cuestión de escribirles y ya, ver qué pasaba.
A pesar de que hablé con muchas de ellas, sólo fue a una a la que llegué a conocer en persona, luego de seis meses, había surgido la idea de vernos, no habíamos hablado de muchas cosas de nosotros, ni donde vivíamos, ni qué estudiábamos, ni en qué trabajábamos, ni si teníamos pareja. Entonces… ¿de qué hablamos durante seis meses?

De la inmortalidad del mosquito!!!!!! Recuerdo que ella me envió un poema que había escrito, no estaba dedicado, y hablaba básicamente de eso, y fue de lo que nos habíamos pasado hablando tanto tiempo. Ya era hora de conocernos.

Antes de nuestro encuentro, me dijo que no tenía 18 como figuraba en su perfil, sino 16, que su mamá la había castigado porque la encontró fumando marihuana en su cuarto y que.. oh sorpresa!, vivía a unas cuadras de mi casa. Par de boludos!
Caminé por General Córdova hasta que pasó a llamarse Paul Harris, ya sólo me quedaban unas cuadras hasta llegar a la intersección con Coronel Portillo. Iba a convertirse por un tiempo en “la esquina de siempre”.
Me preguntaba, si después de haber mentido sobre su edad, realmente la hermosa chica de la foto era ella, si me encontraría con alguna mentira u omisión importante en el camino, o si simplemente me estaba haciendo bolas.

Llevaba una casaca negra, la misma que mostraba en mi foto, al minuto, en medio de la oscuridad silenciosa de aquella noche, apareció una chica descalza, con el cabello húmedo, como si recién se hubiera duchado, miraba a todos lados mientras hablaba por celular. No sabía bien si era ella, la observé por un instante desde la acera de enfrente y finalmente me acerqué.
Al caminar hacia ella todo se empezó a ver más nítido, era su cabello castaño claro, sus ojos verdes y sus pecas en la nariz, era linda, la verdad, era la chica de la foto. Mientras caminaba hacia ella fui delineando una sonrisa franca, hasta que me detuve a esperar que dejara de hablar por teléfono. Cuando colgó me dijo “hola” y me dio un beso en la mejilla.
Me contó qué había peleado con su novio con moto y un tatuaje de calavera en el cuello, que estaba harta de su vieja que no la dejaba fumar marihuana cuando quisiera y que en el último paseo familiar, tuvo que viajar en la maletera del carro porque no había espacio para ella.

Luego de unas cuadras, me dijo: “vamos al parque de la pera” y mientras seguíamos caminando me contó además que los zapatos que sacó de su casa no le quedaban bien, que tenía frió y que estaba paja mi casaca. Y se la puse. Llegó al parque e hizo una pausa, nos sentamos en el césped, me miro y me dijo: “¿Por qué tan callado?”. Y me cagué de la risa.  
Le dijo que tocaba guitarra, que había escrito unas cuantas canciones, que ya la había dejado, que me llevaba hasta las webas con mi vieja, y que jalaría más de un curso de comunicaciones este ciclo. Fue una noche distinta, finalmente la había conocido, debo confesar que me gustaba mucho, y que después de esa noche algunas otras cosas de ella me atraían, sin saber bien cuales eran.

De pronto de su enorme bolso, sacó una cámara fotográfica profesional y empezó a tomarle fotografías a todo lo que encontraba, se distrajo con un par de palomas de movimientos muy raros, y deducimos que una quería con la otra, pero que al final, no pasaría nada.

Desde aquel parque se puede ver el mar y no había baranda alguna que evitara que te lanzaras al vacío si quisieras, corría mucho viento y mientras seguía tomando fotografías, me quedé pegado viéndola. Era muy linda. Tenía una pequeña cicatriz en la frente.
¿Qué miras mi cicatriz?, me gritó. Se la había hecho hace un año, cuando uno de sus amigos, recolectó el dinero que habían juntando todos en su casa para comprar un ron un viernes por la noche, se fue y nunca volvió.
Romina corrió por toda la avenida Pezet, exclamando a viva voz: “Satanás, dónde estas, Satanás” –misma bruja del 71- y sin darse cuenta resbaló golpeándose la frente contra el suelo.

Luego de una hora, nos despedimos en la misma esquina de Paul Harris con Coronel Portillo, no intercambiamos números ni nada, ni revelamos en qué calle vivíamos, sólo sabíamos que estábamos cerca el uno del otro. Prometimos que seguiríamos hablando por Messenger. Muy esporádicamente como siempre.

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