domingo, 16 de octubre de 2011

VERDAD O CASTIGO


Hace varios meses que no escribo por aquí –es más pensé en cerrar este blog- en parte porque muchos amigos míos, al enterarse de la existencia de esta página, llamaron a pedirme por favor no escribiera episodios en los cuales estuvieran involucrados de alguna manera.  A qué le temen? De cualquier forma creo que en parte es comprensible. Pero no le haremos caso. Qué divertido! Pero es más divertido todavía cuando hay quien te llama a pedirte que sí lo hagas.


Lo que sí quiero dejar en claro es que – si bien es cierto todos los personajes de estos episodios son reales- el único nombre que no es modificado es el mío, y que además, esto no es ficción, sino una historia en donde cualquier semejanza con hechos reales no es para nada una coincidencia. Podrías aparecer aquí como las webas.  Si crees ser tú… sí, sí lo eres. Por la Sarita que sí!


Mi historia estudiantil es – o fue- uno de los sucesos más accidentados, fragmentados e inestables que he visto. Se me hizo imposible poder permanecer en un mismo centro de estudios por mucho tiempo, hasta de kínder me cambiaron. No es broma. Estudié mi primaria en el colegio María Reina (ese que tiene una iglesia en forma de cúpula frente al óvalo Gutiérrez). Lo hice hasta que la monja superiora citó a mi mamá para invitarme cordialmente a que me retire un bimestre antes de terminar la primaria. Colegio de mierda! Ojalá y el próximo reclame de pintura CPP (“Lo Tumbo III”) lo hagan ahí.

Guardo recuerdos de todo tipo de ese lugar, algunos buenos, otros malos (la mayoría), pero lo importante es que aprendí muchas cosas. De toda experiencia se aprende. Debo confesar que de niño fui muy lorna, pero lo más extraño de todo era que no tenía el prototipo de un nerd. Era delgado, uno de los más altos de mi clase, no usaba lentes, ni fierros, ni sufría de acné, jugaba bien al fútbol y hasta buena gente era. Pero me llegaba al huevo la “gentita bacán”. Hasta ahorita. No soporto la gente así. Y en la primaria del María Reina si no eres “bacancito” eras un webón. Gracias!

Luego de la muerte de mi abuelo y mi padrastro, repetí el quinto año de primaria, mi madre me planteó cambiarme de colegio. Dije que no. El caso es que era mi gran oportunidad para  conocer gente nueva, salirme de ese circuito hostil, limpiar mi credencial y ser otra persona. Cuando tienes esa edad: “tú eres lo que los otros dicen que eres”. Tuve la suerte de encontrarme con un salón en el cual al parecer no existía ese tipo de personas. Era la tierra prometida.


Hice muchos amigos y pasé de ser la persona tan callada e introvertida que era a –por fin y gracias al Dios misericordioso que se acordó de mí- pertenecer al segmento de “personas aceptadas por la sociedad”. El soundtrack de aquellos años venía con una canción llamada “Smells like teen spirit” (Kurko acaba de morir), con Alice in Chains, Pearl Jam, Soundgarden, Alanis Morissette, Rage against the machine, Aerosmith y montones de canciones que se convertían en himnos de los tonos pre adolescentes.

A las chicas se las besaba con esas canciones ó también se optaba por apelar a la espera de la melosísima y  a su vez oportunísima “More tan words”, pero era más paja si se daba con “What´s up”. Es básicamente de lo que quiero hablar ahora. Aquel primer beso. El primer encuentro real con un ser del sexo opuesto. Sacarle la vuelta a Manuelita, ó mejor aún, obtener un motivo más para encontrarse con ella más tarzán.


En el cole solían organizar gymkanas todo el tiempo, sobretodo los domingos. Por ese entonces había ingresado a mi grado una chica a la cual llamaremos Daniela. Tanto para mí como para la gran mayoría de mis compañeros era la chica más bonita. Ahora que me pongo a pensar estoy seguro que no lo hubiera sido sino es porque era “la chica nueva” y claro, porque era rubia. Debo confesar tener una debilidad por chicas con el cabello de ese color (le dediqué toda la década de los noventa a Alicia Silverstone y los tres videos de los Aerosmith en los que aparece. Pero jodidamente mal. Lo puedo jurar. Dios bendiga a Alicia: Amén!)

Yo siempre me he caracterizado, como he dicho en anteriores posts, por ser una persona sumamente tímida.  Iba a ser un poco difícil entonces. ¿Cómo haríamos varón? Pero esa tarde estuvo de mi lado la gloriosa fortuna. Era la tarde del primer beso. Había quedado con unos amigos en reunirme un día antes de la gymkana (sábado) en el cole para patinar (costumbre que estaba muy de moda por esas épocas).


Llegué un poco tarde muy a mí estilo, y por más que los buscaba no los podía encontrar. Cuando estaba ya por tirar la toalla y regresarme a mi casa, la cabeza de uno de mis amigos se asomó por el interior de un stand que habían armado para la  gymkana. Me dijo “entra” y eso fue lo que hice. Cuál fue mi sorpresa al ver que mis dos amigos se encontraban jugando el conocidísimo “verdad o castigo” con Daniela y una de sus amigas. Desorientado y ansioso a la vez me coloqué en una de las esquinas del stand a disposición del juego en cuestión.

Como todo “verdad o castigo” a esa edad, empieza con las típicas preguntas “quien te gusta?”, “es del salón?”, “te darías un beso con…?”, hasta que luego de hacer de tu vida una información de dominio público y jurar que “de acá no sale” (la mentira más grande que pudo haber parido la humanidad”)  se pasa al bloque “castigo”… a todo esto… ¿por qué se llama así?... después de un castigo no sonríes como pelotudo una semana entera. ¿Qué clase de castigos son esos?


El caso es que me animé por fin a emitir la palabra “castigo” y uno de mis amigos, muy maloso él (un saludo desde acá… larga vida hermano!), me castigó con un beso con la bella rubia que a sus cortos 12 años tenía una “delantera” digna de ser convocada por Markarián! Entre su esquina y la mía existían sólo cuatro pasos, un fragmento de minuto, un respiro nada más. En ese instante se me pasaron muchas cosas por la mente, toda la mierda de años anteriores, mi abuelo, los profesores, los recreos. Fue de pronto que escuché un “ven pues” que me indicó que el momento finalmente había llegado.


Daniela y yo fuimos amigos por un tiempo, dos meses después ella estuvo con uno de mis amigos y luego con el otro, la dejé de ver cuando fui cambiado del colegio por orden de la monja superiora luego de que mis calificaciones nuevamente estaban en rojo y haberle contestado a  una de mis profesoras, como según ella, no debía de ser. Muchos años después me encontré a Daniela en el patio de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad San Martín de Porres, en donde sólo estuve dos ciclos. La miré, me miró, pero nunca dijimos nada. 

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